Flor de la Estrella

Arriba, en el firmamento,

la estrella se consumía en la oscura pena.

Su luz apagada, extinta,

por consecuencia de una enorme tristeza.

Su fulgor había desaparecido,

por el negro pesar engullido.

¿Dónde quedaba su brillo?

¿Dónde, su halo amarillo?

Un alma azul y pura acudió a su rescate.

«No temas, estrella», habló

con verbo sereno, tranquilo y amable.

«Pues tu llama la tengo yo.

Tan grande es mi amor por ti

que tu esencia absorbí,

tu apariencia repetí,

copiándola sobre mí.

Por tal, me llaman Flor de la Estrella

los que me encuentran en la pradera».

La estrella reclamó su virtud

por esta noticia inspirada,

mas la flor se resistía

a satisfacer a su amiga.

La estrella explotó de ira.

Roja como el fuego lucía.

«Devuélveme sin tardar la salud

si de verdad soy tu amada».

Al verla tan infeliz y palpar su dolor

comprendió la flor de inmediato su error.

Retornó a la estrella adorada su aliento,

quien vivió con regocijo

el renacer de su esplendor amarillento.

La flor sollozó por la amarga desolación.

Negras lágrimas borraron su color.

Cubierta con su halo dorado

la rutilante estrella se compadeció

y quiso hacerle un regalo:

«A cambio de tu sentimiento», anunció,

«te vestiré de color rosado, símbolo serás del amor más preciado».

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