El arma de los dioses

Dicen que el amor lo cambia todo.

Es cierto. Pero nadie ha dicho que sea siempre para bien.

A veces, el amor duele como una lanza atravesada en tu corazón inmortal.

Otras veces, el amor duele como una quemadura que se extiende de adentro afuera, engullendo todo tu ser, hasta la última célula.

El suyo era así. Ardiente y flamígero, como sus alas de Ave Fénix. Una vez que me dejé consumir por el fuego de su abrazo, ya no hubo marcha atrás. Hizo de mí lo que quiso.

Me convirtió en su juguete, una pequeña luciérnaga con la que iluminar sus noches, antes solitarias.

Si tan solo me hubiera cuestionado, una sola vez, por qué había estado sola durante tantos siglos… Cuando se cansó de mí, yo ya no era nada. Un simple reflejo, un arcoíris oculto por la niebla del abandono.

«¿Por qué?», se me ocurrió preguntarle el día de su partida. «¿Por qué ya no me amas?». Ella rio una llamarada indolente. «Es la hora de mi reinicio, aparta».

Y, entonces, reí yo.

Al fin y al cabo, el fuego del Ave Fénix es el fuego de la resurrección.

Cuando su hogar se hundió bajo las llamaradas, yo salté dentro. Mi cuerpo, arrasado por la fuerza de las llamas, se volatilizó en brillantes cenizas. Qué sensación tan liberadora… Toda la amargura que su amor terrible me había causado se esfumó, como si nunca hubiera existido.

Así recordé quién era antes de ella… El Arma de los Dioses.

Comenzamos a recomponernos casi al mismo tiempo, pero una bestia legendaria necesita más dedicación…. Sus ojos recién reconstruidos se abrieron desorbitados en cuanto mi mano tornada en lanza atravesó su pecho emplumado y empaló su corazón cruel.

Con el último latido, el Ave Fénix desapareció para siempre de la Tierra. Ahora, solo queda su leyenda.