Medianoche bajo el mar

Por cortesía de Empress Suma

Cerca de la costa eran mis pasos fáciles de seguir. El incesante vaivén de olas en plena marea no era suficientemente fuerte como para borrar las huellas de una sola pasada. Algo extraño, teniendo en cuenta que mi complexión física era más bien delgada.

Pero iba atada, mis manos con cuerdas y mis pies con cadenas; mientras, ante mí, una silueta me arrastraba en medio de la noche. No era humana, y me negaba a pensar que fuera algo sobrenatural. Sin embargo, su figura tenía transparencias; y, desde que me capturó por sorpresa en medio de una calle desértica, ni siquiera me había dirigido la palabra. Por mucho que intentara escapar, aquello era mucho más fuerte, y finalmente sucedió lo que más me temía. Cada vez más cerca del agua, desde los pies hasta la cintura, tiraba de mí dirección al horizonte, hasta que llegó el momento en que mi cuerpo quedó cubierto de agua por completo, sin salir flotando por las cadenas.

Al principio, me ahogaba tan solo imaginar mi destino. Pero luego me percaté de que podía continuar sin necesidad de respirar. Llegó el momento en que la luz de la luna apenas llegaba al fondo, donde nos dirigíamos a pie. Aún así, yacía iluminado el mismo territorio. De repente la silueta se desvaneció ante mí. Increíble: ¡Era libre!… Y, al contrario de lo que creía, no tuve la intención de escapar, sino que me vi obligada a investigar la zona. Las algas se entrelazaban entre mis manos, los peces me esquivaban evitando colisionar, veía los moluscos pegados en las rocas y gozaba de la tranquilidad bajo el mar.

No obstante, cuando intenté acariciar un enorme ejemplar de atún vagando por el espacio acuoso, de nuevo sentí mis manos atadas. Me asusté, sacudí los brazos con fuerza sin poder moverme realmente, las piernas se paralizaron, comencé a ahogarme… La hermosa visión subacuática se volvió oscura, las corrientes eran más violentas…

Segundos de desesperación acabaron con una nueva visión. Estaba enredada en una enorme red llena de peces rebuscando la libertad del agua de nuevo; y, a medida que subía el gancho, un barco quedaba al descubierto. Una vez más, la silueta apareció, a bordo, observándome con mirada inerte. Solo habló una vez, y sus palabras fueron: «Un banco de peces, eso es lo que los humanos simbolizan; unos mayores y otros más pequeños, pero todos colaboran. Y, mientras unos apenas lo notan, otros usan armas mayormente destructoras. Donde estás tú han caído millones de animales, donde te he arrastrado es lo que habéis destrozado. No es cuestión de un mero movimiento, es toda la acción que no se está llevando a término».

Me soltaron de la red. Un faro iluminó escasos segundos la escena: los ejemplares más jóvenes fueron devueltos al mar, los demás fueron almacenados mientras los pescadores me ofrecían una taza de café calentito. Eran buena gente, no lo voy a negar. Además, llevaban un contenedor donde reciclaban lo que encontraban y no era perteneciente al mar. Entonces comenzó a dolerme el estómago, me ardía, y no era por la bebida. Comencé a sentir como de mis labios salía un líquido negro…. No era otra cosa que petróleo. Me retorcí entre el dolor hasta que caí rendida. Se escuchaban voces a mi alrededor, repitiendo sin cesar entre eco algo semejante a: “…desde el más inocente hasta el más ambicioso…”.

Desperté de golpe con la sensación de sofoco. Estaba en mi cama, y la ventana abierta mirando hacia el mar me recordó que la había cerrado herméticamente antes de ir a dormir.

Me levanté para cerrarla de nuevo, aún con el miedo en el cuerpo. Observé el paisaje, y solo un pesquero vagaba a lo lejos.

Miré hacia mi brazo notando una presión externa. Llevaba una bolsa de plástico rodeándome con el asa, aún estaba húmeda.

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